martes, julio 26, 2005

Violando a las masas



De todos los monopolios que se ejercen ninguno es tan fundamental como el de las palabras y el lenguaje. Desde hace un tiempo en Chile estamos conociendo una “jerga nueva” con la que se dan nuevos sentidos a las palabras y no se dice realmente lo que hay que decir.

Consideremos que el mundo que vivimos no es otra cosa que la forma en que éste ha sido dicho mediante el lenguaje, de la forma en que es nominada la realidad, construida y ordenada de un determinado modo y así lo entienden, fundamentalmente políticos, empresarios y asesores de todo tipo.

Fernando Villegas, en su último libro, llama la atención sobre este tema y menciona, por ejemplo que a los lugares, les dicen “sitios físicos”, las interpretaciones son “lecturas”, las películas cómicas tienen “guiños de comedia”, las pinturas hermosas son “interesantes”, que no se compone música sino “ se presentan nuevos trabajos”, que uno no se enferma sino “ hace una enfermedad”, la palabra erróneamente es “fuera de contexto”, que uno no es empleado fiscal sino “servidor público”, que los homosexuales son “ sexualidad alternativa” o que los cuentistas son “narradores”, Yo le agrego otras perlas: al cáncer le dicen: “una larga y penosa enfermedad”, a una actitud de relaciones públicas le dicen: “gestos” o cuando quieren proteger a alguien que hizo una “embarrada” o puede hacerla “lo blindan”. Existen algunas curiosas, como por ejemplo, las que usan los jugadores de fútbol:”dar un paso al costado”, para no hacer lo que haya que hacer.

Aparentemente, son clichés, vanidades, pedanterías o ignorancia, como dice el sociólogo, pero no es tan simple. Hay algo más profundo en esta situación.

La manipulación del lenguaje a través de las “batallas y bombardeo de declaraciones” en los medios de comunicación dejan a la gente expuesta y sometida a contenidos y conceptos que la confunden y que superan su capacidad de análisis.

Estamos siendo testigos de cómo las “personas importantes” de este país transforman la realidad con el uso y abuso intencionado de las palabras, para así crear un efecto y desinformar al público, siendo éstas la antítesis del verdadero sentido de las palabras. El concepto básico detrás de todo esto es: con palabras gobernamos a los hombres.

Confucio dijo: “si el idioma no es correcto, lo que se dice no es lo que queremos decir. Si lo que se dice no es lo que se quiere decir, lo que debe hacerse, sigue sin que se haga.”

Así es como vamos escuchando que a los enemigos se les llama “adversarios”, las negociaciones duras son “diálogo”, los repartos de poder son “ soluciones políticas”, los países marginados son “no alineados”, un dictador es “un líder progresista”, el envenenamiento químico es “lluvia amarilla”, etc.

La infiltración semántica es un proceso donde se adopta el lenguaje de grupos políticos o sociales para describir una realidad. Se usan las palabras indebidamente para ocultar su verdadera naturaleza y al repetirlas personalmente o a través de los medios de comunicación se influye en la percepción de las personas.

Al utilizar palabras para significar lo que no es, por parte de organismos interesados en promover alguna imaginería, se está desinformando e intoxicando a la opinión pública y, por consiguiente, orientando el curso de los acontecimientos.

Esta técnica no es casual, sino que representa una sistematización, realizada por profesionales y se recurre siempre a los medios de comunicación para sustituir, progresivamente en el tiempo, en la conciencia y sobre todo en el inconsciente de la gente las imágenes mentales inconvenientes, por otras favorables, sea cual sea su nivel cultural.

No consiste en ”hacer creer” lo que no es, sino en modificar las reacciones a pesar de las creencias. La consigna de la desinformación es decir, hablar y hablar, porque así la gente actuará en consecuencia. Esto lleva a la logomaquia, inventar fórmulas que partiendo de los medios de comunicación se difunden luego en la opinión pública, para ser aceptadas como verdaderas.

Desinformar no es privar de información, sino suministrar una que es parcialmente falsa. De esa manera se lleva a la opinión pública a pensar en una dirección mediante el contagio organizado de imágenes y esquemas de pensamiento. Todas las informaciones, recogidas de la prensa, pueden ser verdaderas o falsas, ello no importa, lo esencial es desinformar y sacar provecho a situaciones que ocurren y distorsionarlas con el uso de lenguaje; exagerarlas y manipularlas de modo que sirvan a determinados propósitos.

Una gran mayoría de la prensa que se ven atrapados en este juego del lenguaje no comprenden sus orígenes ni propósitos. Los medios de comunicación son utilizados como plataforma y, generalmente, no se dan cuenta que están siendo utilizados. La cuestión es el grado de información que necesita la opinión pública sobre la persona que las expresa.

Sabemos que el lenguaje es referencial, es decir, una suposición por la cual ese lenguaje o los signos que los componen se refieren directamente a las cosas que nombran. Se crea, de esa manera, un “imaginario” en la mente de la gente, constituyéndose en una interpretación que hacen las personas de lo real, de lo que ocurre en la vida cotidiana y a la que, generalmente, tiene casi nulo acceso para saber la verdad de los hechos. Muchas veces la gente saca significaciones que cree percibir atribuyéndolo a ciertos hechos, a ciertas palabras, del mismo modo que muchas veces se realizan acciones que no son percibidas.

Y no sólo se crean palabras nuevas o se manipula el lenguaje para darle intencionadamente un significado, sino que también se usan estereotipos y clichés como: democracia, libertad, un trato justo, igualdad y oportunidades para todos, estabilidad, protección a la mujer, una vida justa, que solamente son “generalidades vagas”.

El uso del lenguaje y sus argumentaciones tiene como objetivo confundir la lógica con los llamados a la autoridad o al prejuicio, confundir la anécdota con la prueba, usar las analogías y las metáforas como evidencia, suponer que las correlaciones estadísticas indican causalidad, o confundir las palabras altisonantes con la profundidad. La mayor parte de la opinión pública se convence rápidamente cuando se citan algunos nombres que gozan de gran prestigio dando mayor potencia a lo dicho.

De este modo, los grupos de poder, mediante el lenguaje y la semántica, someten y violan sistemática e intencionadamente a una opinión pública sobrecomunicada que, lamentablemente, ni siquiera alcanza a digerir con profundidad los contenidos de lo que se está informando día a día en los medios de comunicación.

No hay comentarios.: